México

Lo que hoy viví nunca lo había vivido, después del temblor dormiré feliz

Había gente de diversas partes del país. Era un ambiente inmejorable cuando empezó a sonar una alarma, alguien gritó "va a temblar". Todas y todos nos levantamos y dejamos los platillos.

Óscar Tapia Campos

Ciudad de México, lunes 3 de abril de 2023.- La cena estaba exquisita, más sabrosa de lo que me habían contado. Éramos 180 comensales. Todos degustábamos las ricuras que sirven en la Casa de Toño, sucursal que está frente a la Alameda Central, en el corazón de la Ciudad de México.

Había gente de diversas partes del país. Era un ambiente inmejorable cuando empezó a sonar una alarma, alguien gritó «va a temblar». Todas y todos nos levantamos y dejamos los platillos.

No vi carreras, ni angustia, ni miedo. Bajamos las escaleras a paso lento, sin apretujones, sin empujones. La escalera lucía repleta, sí, pero todos y todas respetamos el espacio de los demás. Aquello me sorprendió gratamente. Pero me faltaba vivir otras grandes sorpresas.

Fuera del edificio buscamos el espacio abierto. Yo elevé la mirada y vi grandes jacarandas en flor. Por un instante pensé que parecían nubes bugambilia o algo así. No sé qué estarían pensando las cerca de 180 personas que permanecimos en el sitio.

Ah, y la alarma no fue falso aviso. Tembló. Sí que tembló, pero yo no me di cuenta del temblor. Mi hija me preguntó que si lo sentí y no, nada se eso. Instantes después una voz señaló que el epicentro fue en la costa de Oaxaca y la intensidad de 5.5 en la Escala de Ritcher.

Veinte minutos después nos informaron que podíamos regresar al restaurante. Subimos las escaleras igual que como las bajamos, en calma. Esperábamos que la cena no estuviera fría. La probamos y seguía en su punto.

Vi que no todas las mesas lucían como antes de que sonara la alarma sísmica. Pensé que mucha gente aprovechó para irse sin pagar. Pero poco a poco los lugares fueron siendo ocupados por las y los comensales.

En eso escuché a una mujer de cincuenta años que le precisó a una cajera: «señorita, nada más regresé a pagar, me da la cuenta, por favor». Eran tres mesas las que habían ocupado ella y su gente. Pagó 2 mil 600 pesos. Le aplaudí el gesto, y la entrevisté, porque me hizo recordar que seguimos siendo más las personas honestas que las que no lo son.

Poco después le pregunte al capitán de meseros que si fue mucha la gente que se fue sin pagar. Su respuesta me emocionó satisfactoriamente: «de las 45 mesas, nada más la gente de una no regresó».

Fue entonces que volteé y les dije a mis hijos que algo así nunca lo había vivido yo, no solamente el estar en una alarma sísmica, sino todo lo que sucedió.

Hoy voy a dormir muy tranquilo, qué felicidad el constar tanta verticalidad y honestidad humana. Sí, definitivamente, somos más las buenas y los buenos mexicanos que los malos… Así sea.

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